al final de un viaje,
que trato de cerrar a toda prisa
mientras por el altavoz suena la última llamada,
a mi vuelo a casa.
Pongo las rodillas en uno de sus costados,
y la aprieto,
y salto encima de ella,
la golpeo,
pero la maleta se resiste a cerrarse.
Por las rendijas que quedan abiertas
veo asomarse la ropa
y parece que me saca la lengua.
Se burla de mí.
Cuando consigo cerrarla,
solo entonces,
parece que el viaje ha acabado.
La observo durante los pocos segundos que me quedan.
Me parece que ha sido poco tiempo
y que, incluso, ocupa poco espacio.
Luego salgo corriendo a la zona de embarque,
o a nunca jamás,
que es lo mismo.
Ya en el avión,
y entre las nubes,
parece que es más fácil soñar
con que el recuerdo no dolerá.
Pero al llegar a casa
parece que la maleta esta llena de tormentas.
Y estalla al abrirla,
me inunda con no se qué
y un montón de ropa para ordenar.
Cuando pasa las semanas
la maleta se queda vacía,
como yo…
Si, sé que debería meterla al trastero
pero siempre la tengo preparada.
Por si algún día
tengo que volver a viajar de nuevo.
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